Medina Rueda, HernánAlvarez Olmedo, AlejandroBórquez Rodríguez, AndreaReyes Reyes, CristianFacultad de Humanidades y Ciencias SocialesEscuela de Periodismo2019-12-262019-12-261999http://repositorio.unab.cl/xmlui/handle/ria/11593Tesis (Licenciado en Periodismo)A principios de los años '50, en nuestro país habitaban 5.932.995 personas. Del total, 2,2 por ciento era mapuche. Y de estos, 871 residían en Santiago. Cuarenta años más tarde, el Censo contabilizó 928.060 mapuches en todo el territorio nacional. Pero esa suma sólo consideró a los mayores de 14 años y, únicamente, a quienes se autoidentificaron como indígenas. Cierta o no, dicha cifra evidenció una realidad hasta hace poco desconocida por la gran mayoría de los chilenos: hoy seis de cada diez mapuches vive en las ciudades, y un 15,49 por ciento en las regiones que históricamente han ocupado. De ellos el 44 por ciento está en la Región Metropolitana, habitando comunas como Cerro Navia, Pudahuel, La Pintana, Peñalolén, Maipú o La Florida. Los números expuestos señalan que actualmente una cantidad importante de mapuches vive permanentemente en Santiago. Esta situación es el resultado de un fenómeno migratorio que se viene acrecentando, aproximadamente, desde la década del '30. El hecho de tener que trasladarse y abandonar el lugar de origen, obedece, entre otras razones, a la escasez de tierras, a los fallidos intentos de reconversión productiva y a la ceguera del Estado para reconocerlos como un pueblo distinto. La llegada a la capital quebró un eje importantísimo de la etnia, que por siempre coexistió en contacto directo con la naturaleza y la tierra. Su nueva vida trajo cambios radicales. El pasar del cultivo y pastoreo al trabajo improvisado y no calificado -como panaderos, maestros de la construcción, cargadores de los mercados y empleadas domésticas- los atrapó en el mismo círculo de pobreza del que venían escapando. Con el tiempo, fue cada vez más difícil regresar, obligando a gran parte a permanecer en la metrópolis. Los que se quedaron· echaron raíces, surgiendo así, los primeros mapuches urbanos que sólo conocieron la vida reduccional a través del relato de sus padres. Despreciados por los vecinos y encerrados en sus hogares, debieron ocultar su cultura. Sin embargo, la mayoría se las ingenió para seguir preservando su legendaria tradición, ante el acoso de una sociedad de consumo que buscó absorberlos imponiendo sus modelos. Pese a todos los obstáculos, la nueva generación no quiso permanecer en silencio. Alzaron la voz, reconocieron su procedencia, se organizaron y ahora demuestran que el esfuerzo valió la pena. Entre el cemento y el smog, escucharon el llamado de la tierra.esMapuchesInvestigaciones.Los otros hijos de la tierra: Mapuches en SantiagoTesis