Revista de Humanidades. NĂºmero 5

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Date
1999-12
Profesor/a GuĂ­a
Facultad/escuela
Idioma
es
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Journal ISSN
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Publisher
Universidad Andrés Bello
Nombre de Curso
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Abstract
En algĂºn momento del pasado cultural chileno se sostuvo, fundamentalmente en el exterior, que Ă©ste era un paĂ­s de historiadores y que, por lo mismo, los chilenos conocĂ­an su Historia. Era esta una premisa cimentada en dos realidades concretas: la existencia de historiadores dedicados a escudriñar el pasado y el deseo de un pueblo por saber y conocer acerca de sĂ­ mismo. Esta premisa fue posible de sentar gracias a los esfuerzos desplegados por una plĂ©yade de investigadores y pensadores que, buceando en archivos nacionales y extranjeros, reflexionando acerca del pasado, escribiendo monografĂ­as e historias generales, trazaron las grandes lĂ­neas del acontecer nacional. Ello tambiĂ©n fue posible porque en los chilenos existĂ­a una conciencia de la importancia de la Historia y de que la investigaciĂ³n, reflexiĂ³n y conocimiento de ella, era de vital importancia para entender el presente y desarrollar el futuro. Tal preocupaciĂ³n por la Historia no sĂ³lo era patrimonio de la elite, sino que alcanzaba a todas las capas de la sociedad y, por ello, era difĂ­cil encontrar un hogar donde no hubiese -guardado en un sitial de privilegio- un texto o una colecciĂ³n de textos de Historia. Al amparo de ese interĂ©s se forjĂ³ el Archivo Nacional, destinado a guardar los papeles que servirĂ­an de base al estudio del pasado y se estipulĂ³, por ley, que los archivos de entidades fiscales se incorporaran a ese acervo documental cumplidos los cincuenta años. A la vera de esa preocupaciĂ³n se estimulĂ³ y apoyĂ³ a investigadores para que, en misiones permanentes, desenterraran en archivos europeos y americanos nuestro pasado colonial y republicano incipiente. Gracias a ello, se crearon fondos documentales admirables, cuyo ejemplo mĂ¡s señero es el Fondo Medina que guarda la labor de JosĂ© Toribio Medina y que, conservado en la Biblioteca Nacional, provoca la admiraciĂ³n de los estudiosos extranjeros. Los estudios de la Historia se multiplicaban y sucedĂ­an con rapidez. Los conocedores de ella eran consultados por las autoridades nacionales y locales a la hora de la toma de decisiones. La opiniĂ³n pĂºblica se hacĂ­a unĂ¡nime al momento de juzgar la importancia del conocimiento de la historia como formadora de una conciencia nacional y, por ello, escuelas, colegios, liceos, universidades, centros culturales, clubes sociales, editoriales, periĂ³dicos y revistas, daban cabida y procuraban aumentar los conocimientos del pasado entre sus estudiantes, lectores y socios. Como resultado de lo anterior, el paĂ­s entero sabĂ­a historia. EntendĂ­a que la fortuna era cambiante, que el que estaba arriba hoy podĂ­a estar abajo mañana, que la sociedad mudaba de parecer constantemente, que nada era permanente, que cambiaban la importancia de las instituciones y que muchas de ellas morĂ­an para volver a revivir. Pero tambiĂ©n entendĂ­a y comprendĂ­a la vigencia de valores permanentes, de formas culturales transmitidas de generaciĂ³n en generaciĂ³n, de lo significativo e importante que era el sostener instituciones bĂ¡sicas. Los chilenos, bebĂ­an en ese conocimiento y proyectaban una sociedad libre, democrĂ¡tica, respetuosa del otro y solidaria con el dĂ©bil. El pasado formaba parte del ser nacional y se hacĂ­a presente al momento de juzgar al otro, de proyectar el futuro y de avanzar en la bĂºsqueda de una mejor calidad de vida para la sociedad. De repente esto cesĂ³. La preocupaciĂ³n del Estado por apoyar la disciplina terminĂ³ y los historiadores fueron objetos raros que engalanaban con conocimientos inĂºtiles las aulas y los salones universitarios. La historia se volviĂ³ monĂ³tona, repetitiva, poco dinĂ¡mica e irrelevante para el hombre comĂºn y tambiĂ©n para la elite. La historia se retirĂ³ de la cotidianidad y dejĂ³ de integrar el acervo cultural del hombre comĂºn. El chileno olvidĂ³ su pasado, de esfuerzo y voluntad, equivocĂ³ su actuar y se hundiĂ³ en una actitud de consumismo de lo nuevo, rechazo de lo antiguo por el sĂ³lo hecho de serlo y renuncia de su tradiciĂ³n, volviĂ©ndose anĂ³nimo, estadĂ­stico y numeral. La Historia, batida en retirada, se refugiĂ³ en las universidades y aĂºn de ellas fue expulsada, disminuida o reemplazada por otras formas de mirar la sociedad. Los estudiantes dejaron de preocuparse por la historia y de cultivar el conocimiento del pasado. Olvidaron los trabajos de sus antepasados y no miraron las experiencias vividas y se sintieron dueños de un destino que ellos mismos forjaban de la nada o copiaban de otras sociedades. De tanto en tanto surgĂ­an voces que llamaban la atenciĂ³n y denunciaban desde la cĂ¡tedra el desdĂ©n que el paĂ­s tenĂ­a por su pasado. Algunos historiadores, desde la soledad de sus claustros, entusiasmaban a unos pocos seguidores pero nunca, o rara vez, trascendieron a nivel nacional y como consecuencia de ello la historia languideciĂ³. Sin embargo, aparentemente en las Ăºltimas dĂ©cadas, se ha iniciado una nueva etapa. Las autoridades se preocupan por el desconocimiento que la ciudadanĂ­a tiene de su Historia e intentan a travĂ©s de parches poco sĂ³lidos, apoyar la difusiĂ³n de ese conocimiento. AsĂ­, mientras por un lado se instituye un Premio Nacional de Historia y mantienen, en la Prueba de Actitud AcadĂ©mica, como obligaciĂ³n, una de Historia de Chile, por otro, disminuyen los planes de estudios de Historia en las etapas formativas de los estudiantes, rebajan los fondos de investigaciĂ³n concursables en organismos fiscales o excluyen a la Historia de Jos proyectos de incentivos a la investigaciĂ³n diseñados para el futuro. Pero, con todo, la reacciĂ³n empieza. Se connota a la historia como necesaria para la comprensiĂ³n del presente y para la elaboraciĂ³n del futuro. No se duda, en algunos cĂ­rculos, de que la soluciĂ³n de los problemas contemporĂ¡neos pasa por el conocimiento del pasado generador de esos problemas. Se empieza a entender, por los que toman decisiones, a la hora de formular polĂ­ticas de desarrollo o de modificar instituciones existentes, la necesidad de conocer el pasado socio econĂ³mico en que se activĂ³ el subdesarrollo o el contexto histĂ³rico en que se formulĂ³ la instituciĂ³n. En este resurgimiento de los estudios de la Historia, las universidades han jugado un importante papel. Por una parte, ha sido admirable el esfuerzo -contra toda lĂ³gica productivista- que han desplegado las universidades antiguas al mantener los centros de estudios histĂ³ricos y, por otra, la no menos elogiable actitud asumida por algunas universidades nuevas, como la nuestra, que han hecho suya la tarea de incentivar los estudios histĂ³ricos aun a costa de sacrificios financieros. Prueba de esta actitud es el presente nĂºmero de la Revista de Humanidades, que se encuentra dedicada a la Historia. La direcciĂ³n agradece a los colaboradores de ella, por sus aportes que posibilitaron esta publicaciĂ³n y, en especial, al Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, por el apoyo brindado.
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Keywords
Revistas, Ciencias Sociales, Humanidades, UNAB
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