Revista de Humanidades. Número 5
dc.contributor.author | Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales | |
dc.date.accessioned | 2018-12-11T19:49:39Z | |
dc.date.available | 2018-12-11T19:49:39Z | |
dc.date.issued | 1999-12 | |
dc.description.abstract | En algún momento del pasado cultural chileno se sostuvo, fundamentalmente en el exterior, que éste era un país de historiadores y que, por lo mismo, los chilenos conocían su Historia. Era esta una premisa cimentada en dos realidades concretas: la existencia de historiadores dedicados a escudriñar el pasado y el deseo de un pueblo por saber y conocer acerca de sí mismo. Esta premisa fue posible de sentar gracias a los esfuerzos desplegados por una pléyade de investigadores y pensadores que, buceando en archivos nacionales y extranjeros, reflexionando acerca del pasado, escribiendo monografías e historias generales, trazaron las grandes líneas del acontecer nacional. Ello también fue posible porque en los chilenos existía una conciencia de la importancia de la Historia y de que la investigación, reflexión y conocimiento de ella, era de vital importancia para entender el presente y desarrollar el futuro. Tal preocupación por la Historia no sólo era patrimonio de la elite, sino que alcanzaba a todas las capas de la sociedad y, por ello, era difícil encontrar un hogar donde no hubiese -guardado en un sitial de privilegio- un texto o una colección de textos de Historia. Al amparo de ese interés se forjó el Archivo Nacional, destinado a guardar los papeles que servirían de base al estudio del pasado y se estipuló, por ley, que los archivos de entidades fiscales se incorporaran a ese acervo documental cumplidos los cincuenta años. A la vera de esa preocupación se estimuló y apoyó a investigadores para que, en misiones permanentes, desenterraran en archivos europeos y americanos nuestro pasado colonial y republicano incipiente. Gracias a ello, se crearon fondos documentales admirables, cuyo ejemplo más señero es el Fondo Medina que guarda la labor de José Toribio Medina y que, conservado en la Biblioteca Nacional, provoca la admiración de los estudiosos extranjeros. Los estudios de la Historia se multiplicaban y sucedían con rapidez. Los conocedores de ella eran consultados por las autoridades nacionales y locales a la hora de la toma de decisiones. La opinión pública se hacía unánime al momento de juzgar la importancia del conocimiento de la historia como formadora de una conciencia nacional y, por ello, escuelas, colegios, liceos, universidades, centros culturales, clubes sociales, editoriales, periódicos y revistas, daban cabida y procuraban aumentar los conocimientos del pasado entre sus estudiantes, lectores y socios. Como resultado de lo anterior, el país entero sabía historia. Entendía que la fortuna era cambiante, que el que estaba arriba hoy podía estar abajo mañana, que la sociedad mudaba de parecer constantemente, que nada era permanente, que cambiaban la importancia de las instituciones y que muchas de ellas morían para volver a revivir. Pero también entendía y comprendía la vigencia de valores permanentes, de formas culturales transmitidas de generación en generación, de lo significativo e importante que era el sostener instituciones básicas. Los chilenos, bebían en ese conocimiento y proyectaban una sociedad libre, democrática, respetuosa del otro y solidaria con el débil. El pasado formaba parte del ser nacional y se hacía presente al momento de juzgar al otro, de proyectar el futuro y de avanzar en la búsqueda de una mejor calidad de vida para la sociedad. De repente esto cesó. La preocupación del Estado por apoyar la disciplina terminó y los historiadores fueron objetos raros que engalanaban con conocimientos inútiles las aulas y los salones universitarios. La historia se volvió monótona, repetitiva, poco dinámica e irrelevante para el hombre común y también para la elite. La historia se retiró de la cotidianidad y dejó de integrar el acervo cultural del hombre común. El chileno olvidó su pasado, de esfuerzo y voluntad, equivocó su actuar y se hundió en una actitud de consumismo de lo nuevo, rechazo de lo antiguo por el sólo hecho de serlo y renuncia de su tradición, volviéndose anónimo, estadístico y numeral. La Historia, batida en retirada, se refugió en las universidades y aún de ellas fue expulsada, disminuida o reemplazada por otras formas de mirar la sociedad. Los estudiantes dejaron de preocuparse por la historia y de cultivar el conocimiento del pasado. Olvidaron los trabajos de sus antepasados y no miraron las experiencias vividas y se sintieron dueños de un destino que ellos mismos forjaban de la nada o copiaban de otras sociedades. De tanto en tanto surgían voces que llamaban la atención y denunciaban desde la cátedra el desdén que el país tenía por su pasado. Algunos historiadores, desde la soledad de sus claustros, entusiasmaban a unos pocos seguidores pero nunca, o rara vez, trascendieron a nivel nacional y como consecuencia de ello la historia languideció. Sin embargo, aparentemente en las últimas décadas, se ha iniciado una nueva etapa. Las autoridades se preocupan por el desconocimiento que la ciudadanía tiene de su Historia e intentan a través de parches poco sólidos, apoyar la difusión de ese conocimiento. Así, mientras por un lado se instituye un Premio Nacional de Historia y mantienen, en la Prueba de Actitud Académica, como obligación, una de Historia de Chile, por otro, disminuyen los planes de estudios de Historia en las etapas formativas de los estudiantes, rebajan los fondos de investigación concursables en organismos fiscales o excluyen a la Historia de Jos proyectos de incentivos a la investigación diseñados para el futuro. Pero, con todo, la reacción empieza. Se connota a la historia como necesaria para la comprensión del presente y para la elaboración del futuro. No se duda, en algunos círculos, de que la solución de los problemas contemporáneos pasa por el conocimiento del pasado generador de esos problemas. Se empieza a entender, por los que toman decisiones, a la hora de formular políticas de desarrollo o de modificar instituciones existentes, la necesidad de conocer el pasado socio económico en que se activó el subdesarrollo o el contexto histórico en que se formuló la institución. En este resurgimiento de los estudios de la Historia, las universidades han jugado un importante papel. Por una parte, ha sido admirable el esfuerzo -contra toda lógica productivista- que han desplegado las universidades antiguas al mantener los centros de estudios históricos y, por otra, la no menos elogiable actitud asumida por algunas universidades nuevas, como la nuestra, que han hecho suya la tarea de incentivar los estudios históricos aun a costa de sacrificios financieros. Prueba de esta actitud es el presente número de la Revista de Humanidades, que se encuentra dedicada a la Historia. La dirección agradece a los colaboradores de ella, por sus aportes que posibilitaron esta publicación y, en especial, al Decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, por el apoyo brindado. | es_ES |
dc.identifier.issn | 0717-0491 | |
dc.identifier.issn | 2452-445X | |
dc.identifier.uri | http://repositorio.unab.cl/xmlui/handle/ria/7701 | |
dc.language.iso | es | es_ES |
dc.publisher | Universidad Andrés Bello | es_ES |
dc.subject | Revistas | es_ES |
dc.subject | Ciencias Sociales | es_ES |
dc.subject | Humanidades | es_ES |
dc.subject | UNAB | es_ES |
dc.title | Revista de Humanidades. Número 5 | es_ES |
dc.type | Otros | es_ES |
dc.type | Revistas |
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